El Poeta

El poeta no es sino figura retórica.

Todas ellas y ninguna en su más auténtica forma. Un saco de polvo que canta en el atrio. Las hormigas le muerden los pies, esperanzadas por ver llegar a su profeta, al único que las comprende, que les puede hacer ver la tangibilidad del tiempo; un ejercicio de mirar abajo inclinando la cabeza hacia el cielo, las humildades del mendigo en la máscara del tercer acto, ya se ha hablado de comienzos, de finales, de serafines y diamantes.


El poeta se engendra a sí mismo a través de sus errores. No hay fruto podrido que no haya sido hermoso. Una jauría descontrolada de ímpetus; todos los demás que se ríen, se mofan, atestiguan que de la nada todo proviene. Somos la huella de una bota de aire, un resoplo que el mar rechaza. Aquellos días soleados, un poeta visitando nuevamente el acantilado. ¿A dónde iría sino al Este buscando saberse Aquél, Mahoma? Estandarte de conquista.


El poeta se pierde al buscar aquello que desea. No sabe lo que necesita, busca lo que no tiene, se halla a sí mismo saliendo del espejo voraz, de la carne voraz sangrante que es la página en blanco. Todas las batallas se pierden, pocas palabras se dicen.

El poeta muere sin apoteosis; es su comedia absurda. Dios desde su nacimiento lo ha olvidado.

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