El Dada I

Astro mayor y las cuencas vacías que me rodean las manos, los ojos y en la boca tengo mil hormigas que braman la furia de un titán débil y amaestrado: señor, hombre pequeño, insignificancia, por favor le ruego que me dé una sola moneda, la de mayor valor, la que a usted mismo le haga falta. ¡Así se va a librar de todos sus males! ¿A caso no le gustaría andar por el mundo liviano, con los pies como cohetes y con sus piernas gráciles como flechas hacia el cuello del venado? Mire usted como estoy, carente, sin una sola oportunidad de salir adelante, míreme bien, señor tonto, haga usted de cuenta que está ayudando a alguien que sí le importa.

Y el coro se multiplica, se expande, se me sale de los labios e invaden las regiones del sur. Mis poros se abren completos y el volcán empieza las fumarolas, a la luna su canto, a la luna el estallido de la roja marea que me devora la carne y me vuelve pez pescado, diente en la escama de mi cola. ¡Con cuidado, con cuidado! Que la indigna de la muerte se hace pasar por ustedes, pero la ven mal, la ven incorrecta, le atribuyen sus deseos de feminidad, de desprecio por revelarse ante los otros como frágiles siervos cuyo amo no reconoce. ¡Débiles y torpes pescadores! ¡Redes ambiguas que dejan filtradas las palabras! Rescatan, pero qué rescatan, nada. Vacío: Alimento, descanso y trabajo, todo lo que somos es este alimento pobre y el descanso incompleto de levantarse cuando el sereno baja las voces de las aves y levanta la de los insectos. 

Ahora que estoy resquebrajado y mi cuerpo me deja tendido sin sombra, ¿a dónde irían las hormigas despojadas de su hogar? ¿A qué otra boca robarían su savia y su calor?, me hago el que no entiende de leyes y preceptos, así que cuando llega el oficial y me pide identificación o que le recite dos o tres poemas nacionales cierro los ojos. 

Yo no lo veo ya y aunque no se ha ido sé que sabe que ya no estoy con él, que no lograra contagiarme de nacionalismo, que tengo la última boca de los insectos. 

Se hace tarde, se acaba el poco tiempo que me dio el Astro para estar aquí en la tierra. De vuelta al sueño, al uno. Ya no me quedan peces, ni señores falsos, ni hormigas que decoren la tierra en que me depositan sus manos. 

Qué día de carnes, portamentos y entierros. El agua frágil que me echa la voz al cuerpo. Seca seca y seca.

el dadaismo en la ciudad y el escritor local

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