Agua de bruma indómita
en el claroscuro naciente.
Ojo en cuenca y rosario
noche albatros caída en tierra.
Las uvas agrietadas,
hule gris que moja
y unta las hojas
en el rostro y las patas
de caracoles y moscas.
Alas, Atenas, exoesqueleto
de mis lágrimas gozo y
sueño: todos los quiebros santos.
Nácar pálido,
buscando el brillo en la concha opaca
de la sirena al fondo
con ojos de martillo y lengua suelta.
Costa infame del nervio,
tejido en la espuma,
las perlas,
las mil señas:
aquí yacen en obelisco.
La mañana rompe al alto
y suena otra vez (lejos, tan lejos)
como esa vez (lento, tan lento)
Blanca mancha en el
charco de sangre:
Furia verdeazul, tú, ornamenta agua
tormenta de mi fe ciega.
Apiádate, Gran Señor,
de la sirena.
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