Señalo y evoco a la misma presencia que se posa sobre el borde de mi cama todas las noches. Con sus ojos apagados y su figura curva. La silueta de la media luna, así es como le conocía hasta que una noche de insomnio, en mi camino habitual hacia el baño con pasos mínimos, casi arrastrando los pies para evitar perturbar sus reflexiones negras y sus maquinaciones terribles, por un descuido de verdad torpe, una estupidez de cálculo no considerado, una fluctuación en el flujo cruzado de mi ventana y el ventilador a tope, mi cadera golpeo el hombro de la presencia. El empuje fue débil, apenas un contacto mínimo, un roce brusco si se me permite darle un nombre, porque ciertamente en peores situaciones he estado en el transporte público o incluso en las filas de los supermercados cuando hay más de 3 personas delante de mí y detrás hay otras 5 o hasta 6. ¡Qué terribles filas y yo no veo que abran más cajas! Así gritan los apestosos, los infelices que llevan a sus hijos sin chanclas y oliendo a pipí cuando van a comprar sus alcohol de último minuto. Desgraciados, ¡malos padres e infelices! Pero qué le haré yo, qué le haré, si algún día le concedo el terrible honor a un hombre de volverlo padre, qué haré, qué haré, cuál nombre a mi pobrecito niño miado le voy a poner. He pensado en Isaías, tiene un poder grandioso pero el tema de la tilde la va a complicar la vida al pobre, incluso más de lo que el posible imbécil de su padre lo haría. Al corto plazo, si resulta que esté mes finalmente es el bueno (el malo, el malísimo, porque no creo que Álvaro vaya a alegrarse mucho de la noticia) habré de apresurarme y elegir nombre. No soy partidaria de las “A” tampoco. Adrián, Álvaro Segundo (suena imbécil también), Ángel, Daniel (que no empiza con “A” pero sus sílaba inicial me parece abominable). No sé qué haría. A lo mejor…
La noche pues en que al pobre silueta de media luna le descubrí su nombre, nombre horripilante también, que escuché dos veces porque no le entendía muy bien a sus gruñidos cavernosos y roncos, como cuando mi papá estaba enfermo de la garganta y hablaba ahogado en sus fluidos, aprovechó para darme consejos y dormir mejor. Que desde hacía un par de noches no podía dormir, que movía mucho los pies y le daba empujones, patadas y al revolver la cobija lo jalaba y él, liviano como una almohada, no podía mantener el equilibrio y manifestarse cómodamente a observarme y alimentarse de mi miedo. ¿Pero cuál miedo y cuál mirada? Tú ni me volteas a ver en las noches. De las primeras veces en que te descubrí, tenías los ojos clavados como estaca en la ventana. Echando fuera toda luz, todo brillo de esos hermosos y letales ojos rojos decorados de azabache, felpa obsidiana en el agua del ovillo. Me dijo que era malo en su trabajo, que no comprendía el propósito de aterrar así como así, en el hábito del monje, luto abriéndose (loto, flor de loto, así le diré a mi hijo).
Llegamos a un acuerdo. Él se volvería mi sombra y podría salir de la casa a espantar por las noches las calles del barrio y al rededores. Me dijo que si no quería un poco del mérito, que en los gritos sonará un nombre de la noche, leyenda de las generaciones y bravura ficcional de los abuelos. Me pareció una buena idea para romper la rutina y combatir el insomnio. Así empezamos a espantar a los merodeadores de banquetas, a los pandilleros y alguno que otro vecino que en el día me esquivaban la mirada y cuchicheaban a mis espaldas. Al principio era muy divertido, pero luego que dejaron de visitar la tienda y mi jefe me dijo que ya habían ido a hablar con él y le habían platicado toda clase de rumores y teorías, me solicitó de la forma más atenta, muy caballeroso él, viejo pelón, que me fuera a la chingada de su negocio ese mismo día. Me pagó los 1800 de la semana y otros 500 para que no volviera y entre mentadas de madre y miradas de los clientes que iban entrando me fui contando los billetes. No fuera a hacer que el cabrón me tumbara feria. Si así son los patrones, ¿a poco no?
Algo triste me fui a dar una vuelta por las calles del barrio contiguo. Acá parece que les va mejor. Sus parques se ven cuidados, hay más escuelas, hasta una clínica particular patito tienen cerca. Ojalá hubiera conseguido casa por esta zona, pero ahí voy a hacerle caso a mi mamá, que no me fuera tan lejos que la órbita iba a romperse y jamás volveríamos a vernos. Ay, mamá, los muertos siempre están lejos y muy cerca a la vez, ¿qué no ves?
Como ya no tendría vínculos con nadie del barrio, pinche viejo pelón y pinches coyoncitos, me propuse caracterizar mi nombre de la noche densa, mítico emblema del grito y negrura espesa que chorrea de las cuencas profanadas del rostro, boca de vidrio, espejo viscoso y tarantela arpegiada en la sublimación de la escala hecha por tritonos. Sube y sube, y se rompe cuando va cayendo, diluyendo al torbellino de teclas negras y blancas y de crujidos de arco y de golpe sordo de la trompeta en ritenuto. ¡Qué bello el nombre y qué bella me veo sin ojos! Un pacto corto, desde luego, porque silueta de media luna no trabaja tiempo completo. Es que quizá no eres malo en tu trabajo, cabrón, solo eres un haragán.
Noches inolvidables de trabajo mortal pero bien redituado. Los espantados tiraban o nos arrojaban al piquete del miedo sus cosas y salían corriendo a toda prisa. ¡Más valía su vida da pactotilla y mitote, qué no se me olvida, desgraciados infelices, que por ustedes perdí mi empleo de 9 años, ya iba para los 10! ¡10 años laborados en el mismo sitio! ¡Casi me daban mi diploma al aguante! ¿Y ahora qué le voy a presumir a Álvaro Jr? Pobre niño imbécil, ya quiero que me digas que no vienes, por favor. Menos ahora que tú posible padre escuchó la retirada de la legión paterna y parece que se fue muchísimo a la chingada y por voluntad propia. Silueta de media luna me dice que es lo mejor, que ya estaba yo buscando alternativas, que Dios es una mal padre siempre y que por eso el diablo no tuvo hijos, todos los inventados por al gente son eso: mentiras nada más, calumnias al príncipe oscuro. ¿Y cómo empleador cómo es? “Pues qué no lo estás viendo. Yo soy su vehículo, un esbirro aburrido de turbio obrar y poco burro”, eso que ni qué.
El trabajo terminó cuando la noche más esperada, cuando el pacto con Azthoramak (asco de nombre plagado de A, guácala) acabó y pude ver de nuevo el día. Mi casa estaba desecha, tenía abrigos, bolsas, carteras, sacos, pantalones, teléfonos, restos de botanas y hasta 3 perros chillones y diminutos escondidos debajo de la mesa acurrucándose buscando cobijo. Sentí el dolor, finalmente había llegado, ¡tú también te vas mucho a la chingada Álvarito Jr! Fui al baño, me cambie de calzones y empecé a hacer el inventario de estas largas y divertidas noches de susto y atraco indirecto.
A la noche no llegó silueta de media luna. Qué raro, ¿le habrán dicho algo al respecto mío? Pasaron las noches y nada, no volvía. Comencé a dibujar pentagramas y a trazar el espantoso rostro tan tierno de memoria en medio pero nada. Lo señalaba en los espejos y en las pruebas de trance inducido como marcaba el libro demoníaco y nada. Dije su nombre setenta veces siete menos una y nada, solo me trabé la lengua y me plagué de vómito las tripas por tanto decir la letra “A”. Nada, no volvía el desgraciado.
Vendí las cosas, incluidos los perros cagones y chillones y me puse a esperarlo todas las noches. No sé qué le hizo su ausencia al sueño pero ahora me llega y me acobija, me arropa y me canta hasta que cierro los ojos rendida. En la bruma del infinito interno llega hasta mis caja de la vista, porque siempre sueño que soy de cartón, frágil o rugoso, mojado o seco que vive a la intemperie del mismo barrio donde me críe. Muriendo al frío y quemándome en el chapopote de asfalto y viviendo el hambre de las dagas de vidrio que estrellas los borrachos cuando me ven. Llega un resplandor rojo y horripilante. Te apareces y me vienes a ver solo cuando ya no te recuerdo cabrón.
Me despiertan los rayos de sol y en el borde de mi cama hay una hendidura, un semicírculo borroso que me da un escalofrío cada mañana. Sí viniste.

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